La muerte del martillero a manos del fundador de una importante corporación educacional, y el fallecimiento del victimario producto de las quemaduras provocadas en el suceso, posee muchos elementos propios de aquella patología. Y es sorprendente comprobar que al parecer existió un error en las grabaciones efectuadas por el detective privado que convertido en un moderno Yago, espió a la esposa y filmó a la persona equivocada, saliendo de la casa del occiso, según dice la prensa. El caso ha ganado espectacularidad en los medios por la categoría social de los involucrados, pero el asunto no difiere de los dramas que ocurren, en cualquier barrio miserable de Chile o el mundo.
Para la gran mayoría de las personas, no entrenadas en detectar patologías sicológicas, el celotípico es un tipo que pasa desaprecibido, si no es por sus actitudes anuladoras del otro. En el hombre son conductas violentas; en la mujer, histéricas. Un celópata es capaz de urdir planes de exterminio, y de ejecutarlos cuando hace crisis. Las reacciones son atroces: envenenamientos, asfixias, incendios, torturas.
Con el tiempo se llega a la conclusión que el ser humano siempre mata por las mismas razones. Hay conductas calcadas, que no discriminan por edad, sexo estirpe ni condición. Y el sistema legal vuelve a ser el último eslabón de una cadena donde alguien no puso los medios para sanar a un enfermo que necesitaba ayuda para evitar hacer el mal que se prohibe. Sorprende comprobar que en las tragedias griegas y luego en las obras de Shakespeare se condensan todas las conductas potencialmente disruptivas, los tipos humanos capaces de lo sublime y de lo peor. Después de miles de años, ni toda la tecnología, no toda la medicina del mundo y de la historia, es capaz de borrar al ser humano caido que llevamos dentro.

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