domingo, 18 de mayo de 2008

El espectáculo de los marginales

La televisión local, ha copiado la factura de programas que muestran el trabajo policial en las calles de las grandes ciudades. En medio de escenas que parecen sacadas de películas de acción propias de canales premium, se ven arrestos, balaceras, la comisión de delitos y desfila por las pantallas toda aquella población marginal y conflictiva que acostumbra a poblar el sistema penitenciario. Se trata de una lógica dual que divide los bandos entre buenos, los policías que desarrollan su labor a menudo en situaciones de riesgo; y los malos, aquellos que personifican el mal y deben ser reprimidos como un tumor que la sociedad debe seccionar, para la tranquilidad de los buenos ciudadanos, que a esa hora duermen en sus casas, o permanecen pegados al televisor mientras los guardianes cumplen su labor.

Impactan las locaciones fílmicas, mayoritariamente barrios populares , como si el país concentrara todo lo indeseable en los sectores de menos recursos. El juego dialéctico invade domicilios pobremente alhajados; jóvenes de muy baja condición cultural, como se aprecia en las entrevistas que realizan los mismos policías; y el cuadro es completamente estereotipado: entre los pobres se esconden los malos. La batalla no difiere de cualquier guerrilla urbana, donde los buenos deben vencer a cualquier precio.

El ciudadano medio duerme espantado luego de apagar el televisor y escandalizarse con la maldad humana personificada en los detenidos, pero al mismo tiempo sale con indisimulado temor al otro día a trabajar, y probablemente en el camino asirá fuertemente el bolso con la colación y la ropa de recambio, mirando a su alrededor con cara desconfiada, sin saludar ni hablar con nadie, mientras el bus cruza la ciudad. Y al llegar la noche, reunido con su familia, aplaudirá cada condena, cada detención que los noticiarios muestran a eso de las 9 de la noche, cuando todos esperan su dosis diaria de televisión.

Visto con ojo académico, sorprende lo peculiar de algunos procedimientos; la ausencia de lectura de derechos; los interrogatorios completamente informales; la falta de prudencia a la hora de opinar respecto de personas que ni siquiera han sido presentadas ante un juez para examinar la legalidad , revestidos como están de la presunción de inocencia. El juicio público es el primer acto al que se someten los detenidos, filmados y exhibidos como objetos de entretención, para una masa cada vez más ávida de castigo a los desiguales. Mientras tanto, el bando vencedor es percibido como la única solución, para un problema que en una aplastante mayoría hunde sus raíces en la marginalidad, el desempleo y la falta absoluta de educación. Y la visión dualista se impone por sobre la objetividad que nace del respeto a los derechos de las personas, que a menudo forman parte de los sectores más desposeídos de la sociedad.


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